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Sucederá un día en que mi vida humana.
Se habrá secado como planta vana.
Y que para mí el sol, en el cosmos sea.
Carbón malogrado de apagada tea.
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Ese día que en mí ya enfriado mundo.
Solo sea un silencio fúnebre y profundo.
Las grandes nubes rodearán mi espera.
Donde ya no volverá la primavera.
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Mi alma inconexa, con los ojos ciegos.
Seguirá vagando siempre sin sosiego.
Pero en mis sombras, siempre, solitarias.
No habrá lloro, ni queja, ni una palabra
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Solo, entre las criaturas perdidas.
En el fondo, ya sitiadas y dormidas.
Ni ciudad de pie… Ruinas y escombros.
Que acarrear sobre mis difuntos hombros.
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Para mi nada quedara de polo a polo.
Lo habrá difuminado un viento solo.
Si acaso, escuchar el espantoso grito.
De otro finado clamando al infinito.
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Cuando mi cuerpo este, bajo la tierra.
Me veré pidiendo piedad por tanta guerra.
Gimiendo en susurros mis lamentos.
¡Cuantos vanos y torpes sufrimientos!
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Para mi vida desde su última bocanada.
En la tierra en pie, ya no quedará nada.
Pero quien sabe si una efigie muda.
No quedará aún, solitaria y desnuda.
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Quizás una afectiva estrella, pregunte tal vez…
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¿Quien es ese hombre que así se atreve?
Solo en el mundo muerto que se mueve.
¿Cómo se moverán bajo la tierra?
Aquellos difuntos que su seno encierra.
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Más será en vano que mis muertos ojos.
Pretendan encontrar sus labios rojos.
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¿O no? ¿Pues eso?